Hace días que mi marido no me dirige la palabra, ni para pedirme el café cortado de por la mañana. Que ahora, además de no hablarme, mi marido camina por la casa —pasillo arriba, pasillo abajo— como un muñeco sin pilas porque su cuerpo ya estaba acostumbrado a la cafeína y sin ella no rinde. Y a mí, la verdad, eso me pone un poco nerviosa, pero tampoco está la situación como para darle una colleja y que espabile. Eso sí, a mí como el cortado no me lo pida, yo no se lo pongo.
Cuando se enfadó yo le dije que lo entendía, pero que la familia es lo primero. Así se lo dije, tal cual, le dije Ángel, mi amor, si yo te entiendo, pero es que la familia es lo primero. No me quiera poner encima ahora a mí de mala. Al final parece que va a ser él el que no entiende.
Si, además, a él la Navidad ni fú ni fa. Que cada año está siempre con lo mismo, que si esto ni es Navidad ni es nada; que si los Reyes Magos no son los padres, sino El Corte Inglés; que cómo la sociedad puede caer en una trampa capitalista tan tonta; que de Papá Noel nanai y del árbol de Navidad otro tanto, que aquí se pone el Belén y a Malchor, Gaspar y Baltasar trepando por el balcón. Yo le digo que no, que en el balcón ni los Reyes Magos, ni Papá Noel ni Cristo crucificado, que luego me despierto a media noche para ir a la cocina a por un vasito de agua, cruzo por el salón y me llevo el soponcio pensando que hay unos rumanos intentándose colar por la terraza.
Yo ahora le pregunto: Ángel, mi vida, si a ti no te gusta la Navidad, ¿por qué te molesta tanto? ¿Por qué no me hablas ni para pedirme tu cortadito? Pero él no me contesta. Él sigue andando —pasillo arriba, pasillo abajo— como un muerto viviente, sin ningún destino. Nunca le he visto andar tanto al hombre, que lleva así tres días y ayer por la noche, que me fijé en la cama, me di cuenta de que los gemelitos ya le están empezando a coger forma. Todo no iba a ser malo, menos mal.
Yo se lo intenté explicar de la forma más correcta posible. Porque yo veo todos los días a Susanna Griso en televisión, que me encanta, que soy fan como ninguna otra de Susanna, y aprendo mucho de ella y escucharla hablar y dar las noticias me ayuda mucho a mí para hablar y aprender a explicarme mejor. Así que se lo intenté explicar a Ángel. Yo le dije Ángel, mi amor, la familia es lo primero, tú lo sabes bien. Y si vienen los niños, que hace mucho que no los vemos, que es hacerse mayores y olvidarse de quienes los han parido, yo no puedo hacer otra cosa. Y si viene Sarita con el novio yo no le puedo decir que no, que sabes que Albertito para mí es como un hijo. Y si la madre de Albertito está mayor y está sola en la residencia y Albertito no quiere que pase allí la pobre mujer sola, desamparada, la Nochebuena, pues la mujer se tendrá que venir, que yo también la quiero mucho a la pobre, que está mayor y a lo mejor estas son sus últimas Navidades, que ya sabes el problema que tiene del riñón. Y si luego me viene el pequeño, el niño, diciéndome que si puede traer a un amiguito, que yo creo que no son amiguitos, yo creo que ahí hay algo más pero que al niño le da vergüenza decírnoslo, ni que fuésemos nosotros unos carcamales, si somos muy modernos tú y yo, Ángel, pues yo le digo al niño que se traiga a su amiguito para la cena de Nochebuena. Porque la familia es lo primero, Ángel, mi amor. ¿Tú lo entiendes? Y si nos ponemos a contar con Sarita, Albertito, la madre de Albertito, el niño y el amiguito del niño… Van cinco. Y súmame a mí. Pues somos seis. Y seis es el máximo, Ángel, mi amor. Que en vez de yo te podrías haber quedado tú, sí, que yo no habría tenido ningún problema. Pero entonces, ¿quién iba a cocinar? ¿Eh, Ángel, mi amor? Si te quedas tú en vez de yo en Nochebuena no se come ni una tortilla liada, ¿sabes lo que te quiero decir? ¿Tú me comprendes? Que el Telepizza cierra, mi amor.
Pero nada, él no entra en razón. Pasillo arriba, pasillo abajo. Y con la misma cara de acelga. Yo, que lo hice con todas las buenas intenciones, porque la familia y la salud pública y lo que diga el Gobierno es lo primero. Que también pensé en Ángel, por mucho que me lo recrimine. Porque podría haberlo dejado en la calle, sentado con su pechuguita de pollo en el banco frente al portal, esperando a que Sarita y Albertito y la madre de Albertito hubieran cenado y se hubiesen ido para que él pudiera subir a casa. Pero no. Porque yo también pienso en Ángel y me acordé que en casa de mi hermano, en casa de Antonio, eran solo dos para cenar: él y su mujer. Así que allí lo mandé, para que Ángel no se quedara esperando en el banco, que hace frío. Creo que el enfado lo ha cogido porque sigue teniéndole un poco de tirria a mi hermano, y mira que han pasado años.
Llevo días preocupada. Por Ángel y por el parqué del pasillo, que está perdiendo brillo. Y a ver quién le dice a Ángel que baje a darse la vueltecita al parque porque a este ritmo me va a dejar el suelo como un corcho.
* Imagen: Markus Spiske
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